sábado, 18 de agosto de 2012

X Historia de la Ciudadanía Democrática

Historia de la Ciudadanía Democrática. Capítulo X.

El mundo helénico

Es importante destacar al mundo helénico en este repaso a la Historia de la Ciudadanía Democrática porque era un mundo en crisis provocada por el desencanto y el pesimismo ante el derrumbe político de las Polis (en cierta manera desencanto parecido a nuestra actual época). Y al mismo tiempo nunca antes las culturas europeas, asiáticas y de Oriente Medio estuvieron tan unidas. El mundo humano tuvo crisis anteriores y muy importantes, pero en esta ocasión se produce en plena evolución de las lógicas académicas. Es decir, no sólo existieron interpretaciones, recursos o soluciones militares-religiosas para la crisis, también se recurrió a las filosóficas, éticas y lógicas. Así el pensamiento más evolucionado pasó del Estado-Polis a los Estados-Mundo y se desató la filosofía cosmopolita, comenzando por los estoicos.



Para tomar la perspectiva histórica debemos comenzar en Macedonia, un territorio o reino al norte de Grecia destinado a conquistar todo Oriente Medio, hasta llegar a las mismas puertas de la India (incluido la conquista del Indo, Grecia y Egipto), pero ¿dónde estuvo la clave?. Obviamente la clave fue militar, los griegos además de su literatura, arte y avances en leyes, filosofías y ciencias: eran expertos guerreros, puede decirse que los mejores de su época. Entre ellos el joven rey de Macedonia, Filipo II (382-336 aC), que en la polis de Tebas aprendió las más modernas artes de combate de la época de manos de su maestro Epaminondas.

Volvemos al oráculo de Delfos, al ónfalos u ombligo del mundo, donde se llamó a la tercera guerra sagrada entre griegos, 356 a 346 aC, y donde Filipo II venció a los focios que se habían apoderado del santuario de Delfos. Poco después, 339 aC, ocurrió la cuarta guerra sagrada cuando se jugó la hegemonía de Grecia en la Batalla de Queronea, 338 aC, donde atenienses y tebanos fueron derrotados por los macedonios y sus aliados. Filipo quedó dueño de toda Grecia gracias a la perfección de combate que alcanzaron sus tropas o falanges. Un año después creó la Liga de Corinto, unificando bajo su mandato a todas las Polis griegas (excepto Esparta). Al poco tiempo Filipo fue asesinado; y fue su hijo Alejandro III o el Magno (356-323 aC), uno de los mejores conquistadores conocidos, discípulo de Aristóteles, quien se lanzó a la conquista del imperio persa.


Alejandro Magno no sólo fue el más grande conquistador debido a los vastos territorios que ganó en combates, también en su ejército iba una presencia destacada de arquitectos, ingenieros y profesores. Obviamente su objetivo no era destruir, sino construir. Parece que fraguó la idea sobre su persona de un ser superior, así de setenta ciudades nuevas que fundó, cincuenta llevaron su nombre. Un ser “superior” dominando y unificando todas las culturas conocidas. Quizás por ello no destruyó ninguna cultura de los pueblos o ciudades que conquistó. Al contrario, por ejemplo ofició en la ciudad de Susa la “Boda entre Oriente y Occidente”, donde miles de sus soldados (incluido él) se casaron con mujeres persas. Unificó con una misma moneda al nuevo imperio, surgiendo un poderoso mercado económico y ordenó que el griego (koiné) fuera la lengua oficial, lo que facilitó el intercambio de conocimientos entre europeos y asiáticos, algo fundamental en la mezcla inteligente de diferentes culturas.

Aunque lo grandioso fue que tampoco apoyó en concreto a ninguna escuela o tendencia filosófica y/o reprimiendo al resto. Tampoco tuvo tiempo para mucho y murió (supuestamente por una repentina enfermedad) poco tiempo después de conquistar todas las grandes civilizaciones conocidas. Su muerte abrió el periodo conocido como Mundo Helenístico. Su mujer e hijo fueron asesinados y el Imperio fue repartido entre sus generales (los diádocos). Lo que parecía iba a ser una enorme expansión o imperio griego se convirtió en un mundo de mosaicos de nuevos reinos con culturas y pueblos mezclados entre sí y unidos por una misma lengua intelectual y una misma moneda. Estos nuevos reinos helenísticos de los diádocos continuaron o permitieron la expansión y fusión de la cultura griega en Oriente.


En la interpretación de este nueva época muchos sofistas y la cosmovisión cínica llegaron más lejos, creando un concepto favorable de la Humanidad. Por fin el abrazo pacífico de la cultura griega con el resto del mundo, desde la península Ibérica hasta la India. Aunque pesaba mucho la visión de Tucídides que consideraba normal la guerra, ya desde Homero. Con Pitágoras o Platón se filtró amigablemente cierta influencia oriental o persa. Esencia que desarrolló esta época Helénica con la fusión de las culturas del mundo en una gran diversidad y con lenguaje común. Así comenzó a no existir bárbaros y extranjeros para cierto pensamiento que buscaba la teoría del ser universal.

A pesar de todo y ante el ocaso político de la Grecia Antigua no es extraño ver a los cínicos y epicúreos mirar hacia otro lado del mundo político, decepcionados, buscando la felicidad en otras reuniones sociales o en la propia individualidad. Los estoicos, en cambio, consideraron a cada ser humano como parte del “Logos” divino e inmortal, por ello representan la primera filosofía con fundamento cosmopolita. En siglos posteriores la idea se agrandaría con Tomás de Aquino, Dante, Espinosa, incluso con Kant y Hegel (por citar sólo algunos ejemplos). Por fin la filosofía política contempló a la Humanidad en el marco de una sociedad común. Las tres grandes escuelas filosóficas de la época Helenística fueron el Estoicismo, el Epicureismo y el Cinismo. Durante el Imperio Romano el Epicureismo quedaría como la filosofía de los pobres o clases bajas y el Estoicismo como escuela de las clases altas.


Es curioso comprobar cómo los reinos helénicos, bajo los monarcas diádocos o herederos del imperio de Alejandro, no dirigieron sus miras hacia occidente, como hizo Darío, sino a oriente. Al dividirse el Imperio en muchos reinos, las ventajas aportadas por el Viaje de Escillax y la ruta comercial marítima entre oriente y occidente que estableció, perdieron valor general. Aquella ruta marítima sólo beneficiaba ya a Egipto y a los pueblos árabes que realizaban navegaciones de cabotaje (sin alejarse mucho de tierra o con ésta siempre a la vista) por toda la costa arábiga, uniendo el mar Rojo y Egipto con el Pérsico y, más a oriente, con el Indo.

Ante este panorama Oriente recobró valor económico y, consecuentemente, nuevo valor político de la antigua ruta terrestre que unía Mesopotamia con el Indo. Muchos reinos helenísticos o diádocos quisieron controlarla, como consecuencia estalló la guerra en el año 321 aC por dominar y dinamizar esta ruta al Indo (de orígenes neolíticos). Curiosamente casi a la misma distancia del Indo y en los mismos años, esta vez hacia dirección contraria (Mesopotamia queda a su occidente), también surgió un mismo interés desde Magada, ciudad floreciente en la cuenca del río Ganges.

.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.

Capítulo anterior, IX, la Ekklesia:

Capítulo siguiente, XI, India y China:

No hay comentarios:

Publicar un comentario