martes, 2 de septiembre de 2014

Reloja Luna


En plena confianza voy a escribir un cuento particular donde no necesitaremos ficción porque ocurrió en la realidad. Sin embargo requeriremos imaginación, indispensable para leer cualquier relato. Me propongo imaginar una historia real para celebrar y motivar a la igualdad entre escritores, escritoras, lectores y lectoras. Muchos siglos han sido necesarios para disfrutar de esta presunta Igualdad entre mujeres y hombres, al menos en la historia llamada Occidental. Presunta igualdad porque todavía queda mucho por hacer. Podríamos hablar de una igualdad oficial o legal, junto con el voto de la mujer, conseguido a finales de siglo XIX en Nueva Zelanda y Australia, pero en Europa (en gran parte) se necesitó un bien entrado siglo XX. El relato debe llegar allí, Nueva Zelanda en 1893, enlazando datos históricos. Y como dicen que para un cuento es necesario una trama, habrá que entramar o enlazar la intención junto a algo sugerente y surgido en aquella época entre siglos. Apareciendo un objeto como sujeto queriendo ser héroe del cuento: el reloj de muñeca o reloj de pulsera. Porque entre la mujer que es ciudadana y el reloj de pulsera hay tema, desenlaces y finales abiertos.

El reloj de muñeca proviene de un viejo ideal ingeniero, medir de forma exacta al tiempo menor o contenido por un día. El primer ingenio aparece en la historia humana ocupando un tamaño astronómico. Requería a toda una estrella y un cielo despejado para funcionar, se llamaron relojes de sol. Quizás se les podía haber llamado relojes de sombras, porque eran las sombras quienes en realidad marcaban la hora. Desde la Antigüedad se viene pensando en medir las horas sin necesitar al sol o a sus sombras terrestres, ideando mecánica o moviendo agua. Muchos fueron los intentos de alternativa a los relojes de sol, como la clepsidra, en femenino, posiblemente inventado por los egipcios. Es fácil de fabricar, una vasija simétrica llena de agua con un orificio adecuado para que tarde un día en vaciar todo el líquido contenido, dividir el espacio interior de la vasija en 24 partes iguales, marcamos 24 trazos y ya tenemos una clepsidra capaz de medir las horas.

Así la noche pudo medirse en varias partes de tiempo y el tiempo cronometrarse, muy útil para los relevos de la guardia de palacio, pero también para las reuniones nocturnas programadas con intervención de varios oradores, lúdicas o no, e incluso útil para las reuniones secretas o a espaldas del poder absoluto de los reyes. Quizás así nació la democracia antigua, entre el tiempo nocturno bien medido. La construcción histórica continuó y la democracia pudo ver la luz del día, llegando al poder en la Atenas Antigua. Con la clepsidra comenzó a medirse el tiempo democrático de manera oficial y pública. El ingenio resultaba simple, donde cubos con agujeros medían el tiempo de los discursos en la ekklesia o asamblea de Atenas donde, por cierto, la mujer no podía votar, era exclusivamente una democracia masculina. También la clepsidra fue una herramienta muy utilizada por los oradores romanos.


De la República Romana se pasó al Imperio Romano y ya no fue necesario medir el tiempo democrático, pues no hubo democracia en los siglos siguientes. Tampoco en la Edad Media que vino después, salvo el reloj de arena que apareció en el siglo III, más como cronómetro que como reloj. Hasta que la construcción de la Historia llegó a la llamada Baja Edad Media, donde se necesitó medir el tiempo para la sociedad en general. Algunas ciudades europeas crecieron y necesitaron trasladar a todos sus habitantes la medición oficial de las horas. Tal necesidad fue requerida por administraciones, contratos, transportes, universidades y para ciertas regulaciones en las relaciones laborales o empresariales. Así a finales de la Edad Media, con un dominio absoluto de la Iglesia que hacía casi imposible nuevos inventos, apareció el ingenio del reloj de cuerda... Puede sonar a algo pequeño, pero se necesitaban pesas y ruedas ocupando un espacio amplio del tamaño de una habitación o más. El tiempo mecánico nació necesitando mucho espacio, pero la relojería mecánica comenzó a evolucionar ejerciendo una ingeniería hasta entonces desconocida. Una lenta Revolución Mecánica que desembocaría y asistiría a la todavía lejana pero segura venida de la Revolución Industrial.

Aunque mucho antes se utilizaron máquinas, sobre todo para las guerras y los asedios a las ciudades, esta ocasión era diferente. No sólo por el perfeccionamiento de las piezas, más bien porque la maquinaría sería utilizada para algo inmaterial, para medir algo inmaterial, el tiempo. Inmaterial pero real, no imaginario, descubierto a escalas menores más que inventado. Todavía hoy en día dos religiosos se disputan en la historia la invención o creación del primer reloj mecánico, sobre principios del siglo XIV. Al menos sabemos que sobre una torre de Padua, Italia, en 1344, se construyó la segunda máquina para medir las horas. Y los siglos siguientes comenzaron a llenar de relojes los campanarios o torres en las grandes plazas de las ciudades europeas. Era una lenta pero contundente Revolución Mecánica donde el tiempo medido y detallado en horas se hizo democrático para la sociedad. Así hombre o mujer, extranjero o niño, daba igual quien fuera, quien mirara al campanario o torre con reloj: ya sabría la hora exacta. También desde lejos, tan sólo oyendo las campanadas que anunciaban las horas. Un verdadero y universal conocimiento público, simplemente saber la hora que corre. Algo tan normal en la actualidad fue un gran logro en nuestro pasado común.


En esta nueva era mecánica no se pudo discriminar a la Mujer respecto al tiempo mecanizado, cosas de la ciencia, y la máquina informaba de la hora a las mujeres IGUAL que a los hombres. También a los esclavos donde los había y a los niños que sabían, las horas se anunciaban para todos. He aquí una igualdad casi sin importancia, sin apenas darse cuenta los que vivieron aquellos tiempos. Ofrecida por un objeto mecanizado donde la lógica histórica, desde la mecánica, acabaría llegando en pocos siglos a la lógica política y aparecería la igualdad política con el voto de la Mujer. A finales de la Edad Media, los relojes estaban formados por grandes maquinarias que requerían amplias habitaciones o espacios en las torres de las plazas. Lógicamente el siguiente reto fue hacerlos más pequeños para el interior de las casas... Mejor digo mansiones (porque eran muy caros).

Alguien pensó que, además de empequeñecer las piezas, en vez de desplegar la maquinaria en horizontal: hacerlo en vertical y podía resultar mejor. Así nacieron los prototipos de relojes de pared. La inventiva para crear nuevas piezas de los relojeros y sus herramientas se volvieron más ligeras y precisas. Gracias al mismísimo Galileo, Huygens introdujo el péndulo en los relojes de pared (1647). Estos sofisticados medidores de tiempo comenzaron a cronometrar minutos exactos, pero sólo estaban al alcance de los más ricos y sus sirvientes. También esta época nos ofrece algo hermoso que merece ser destacado como un personaje importante de este cuento, el Ritmo. El famoso “tic tac” (al que se pudo incorporar sonido musical para señalizar las horas) entra en la escena de este relato. Y de qué manera, Huygens además aplicó el muelle de espiral en nuevos relojes llamados de salón y también en la aparición de los relojes de bolsillo, inventado en 1524. Hasta que todo hombre que se considerara caballero (con dinero) debía tener encima un reloj de bolsillo y otro de pared en su casa. Espirales y péndulos marcando el ritmo del tiempo, necesario para que toda la maquinaria, hasta llegar a las manecillas, cumpla su función.


El ritmo se convierte en un gran personaje de los relojes, al menos hasta que aparecieron los digitales. Con este ritmo a bordo el mundo humano fue haciéndose más preciso; ya no sólo las horas y los minutos, también los segundos fueron necesitados. Así llegamos a la revolución industrial, apareciendo con buenos planos que detallaban piezas y tecnologías proporcionadas por los relojeros. Apareciendo otro personaje importante para este cuento y apadrinado por la Historia, reivindicando aquí el trabajo de estos relojeros profesionales, artesanos y artistas como antesala de la revolución industrial y sala de la revolución mecánica. De la ingeniería para lo inmaterial, motivada o creada por los relojeros, resultarían piezas moviendo otras máquinas para transformar y mezclar la materia. Produciendo en serie todo aquello que se pudiera vender; era la revolución industrial y sus fábricas. Primero se fabricaron telas en serie que se exportan por mar, donde los marineros controlaban sus turnos ayudados por relojes mecánicos. Las ventas marcharon tan aceleradas que el sistema económico mundial cambió a unos niveles nunca vistos, cosas de la revolución industrial, en femenino. Porque el mercado, en masculino, además patriarcal y cerrado (por no decir machista directamente y romper el contexto de la época). El mercado se alzó como templo del dinero, en sus aledaños la plebe vivía o consumía como podía con lo poco que sacaba del duro trabajo en fábricas y campos, pero en el interior del mercado los empresarios y los consumidores ricos movían grandes fortunas y potentes recursos tecnológicos en constante progreso. Al mismo tiempo una potente clase media comenzó a levantarse (destinada a participar activamente en importantes revoluciones venideras). Y se inventó el cronómetro mecánico, principios del siglo XIX.

Con el mercado industrial también llegaron sus crisis con acusado desempleo, precariedad laboral y hambrunas para muchos. Quizás en alguna crisis a alguien se le ocurrió una idea lógica, sencilla pero genial por el atrevimiento. Descubrió que las mujeres de los ricos eran potencialmente grandes consumidoras. Inmensas fortunas estaban en manos o con acceso de mujeres ricas y apenas se movían. Mover parte de esas fortunas de bolsillo, venderles, suponía suculentas ganancias, y así se hizo para gloria del mercado industrial. Comenzó a fabricarse productos para mujeres, algunos en serie como sombreros y botones. Al mismo tiempo las mujeres de clase pobre pudieron trabajar y ganar dinero, algunas o muchas pasaron a la clase media, y todas consumieron productos del mercado industrial. Aquello era demasiado nuevo para el mundo humano; y justo ahí, aparecieron las sufragistas, mujeres con relojes de pulsera. Así este cuento sin ficción pone en escena a este objeto mítico, el reloj de muñeca, masculino y femenino en un mismo nombre. Precisamente cuando aparecieron estos medidores de tiempo en las muñecas femeninas: aparecieron las libertades políticas y el voto de la Mujer. Al menos en gran parte de Occidente.

Las mujeres que querían votar, las ciudadanas sufragistas, mujeres democráticas, aparecieron respaldas por autonomía intelectual y económica como nunca antes en la historia. Revolucionaron el mundo occidental. En 1791, primeros años de la Revolución Francesa, Olimpya de Gouges publicó en París la “Declaración de los Derechos de la Mujer”. En 1792 Mary Wollstonecraff publicó en Londres la “Vindicación de los Derechos de la Mujer”, dotando de fundamento filosófico a la Igualdad. Sólo faltaba la mujer trabajadora y en 1843 Flora Tristán publicó “La Unión Obrera”, donde la igualdad ciudadana daba el salto de la filosofía a la economía. El 19 de julio de 1848 unas doscientas mujeres se reunieron en Séneca Falls (Estados Unidos) y proclamaron una “Declaración de Sentimientos” donde protestaban de su subordinación económica a los hombres y a la carencia de voto. El peso en la producción industrial creció y en la década de 1870, en Gran Bretaña, casi la mitad de las mujeres solteras tenían trabajo renumerado, llegando casi al 80% a finales del siglo XIX. Así en 1893, un movimiento sufragista liderado por la neozelandesa Kate Sheppard, consiguió el voto para la Mujer. Poniendo a Nueva Zelanda a la cabeza de los países democráticos, a la que pronto se unirían otros países occidentales.


La Ciudadana pronto a nacer sería obsequiada por el progreso tecnocientífico con un hermoso símbolo: el reloj de pulsera, muy femenino cuando nació. Portaban y lucían relojes de pulsera que a los hombres les parecía escandaloso llevar. Los caballeros de aquella época creían que era ridículo o afeminado llevar relojes de pulsera. Ellos portaban relojes de bolsillo, porque pensaban que llevarlo en la muñeca era como lucir una joya o pulsera, y por lo tanto nada varonil. Así que el gran mérito del reloj de pulsera, protagonista de este relato sin ficción, es para las mujeres democráticas, las primeras portadores de estos objetos. Esta costumbre femenina parece que tuvo sus raíces en el año 1812, y esta vez no hablaremos de la Pepa (la Constitución de Cádiz), sino de Caroline, también en femenino, hermana menor de Napoleón (precisamente un emperador “emparentado” con la Pepa). Resulta que un tal Louis Breguet, a saber con qué intenciones, regaló un reloj de muñeca a esta reina de Nápoles, Caroline. Y a finales de este siglo XIX la moda se extendió entre las damas ricas.


El tiempo medido, en masculino, continuó, junto al mercado, ya algo menos masculino, y ambos entraron de lleno en el ya establecido colonialismo, terrible masculino. Llegaron las guerras, terribles femeninas, entre potencias colonizadoras y pueblos a colonizar, hasta conflictos bélicos de potencias colonizadores entre ellas mismas. La diosa guerra exigía su tributo en la acelerada historia de Occidente y sus relojes mecánicos. Se perdieron la vida de muchos jóvenes, muertos por balas o explosiones. Como si el acelerón tecnológico condujera a guerras industriales (las dos guerras mundiales). Mucho antes, en África, al ejército inglés, gran consumidor de relojes de bolsillo, necesitó atar sus relojes en las muñecas de sus oficiales y mandos para ver bien la hora incluso en estado de marcha ligera. Pudieron ser los primeros "afeminados" obligados por la guerra. Pero aquel guiño de la "diosa guerra" no fue observado por el "dios mercado". Hubo de esperarse algunos años para que apareciera por primera vez en la Historia otro de los personajes importantes de este cuento, el aviador. Mensajero alado de los hombres... luciendo reloj en la muñeca.


A principios del siglo XX los aviadores eran vistos como héroes. Hombres que podían volar, para muchos parecía como si cierta mitología se hiciera realidad. Aquellos héroes voladores necesitaron controlar bien el ritmo (el tiempo) dentro de sus aparatos. Así el joyero parisino Cartier desarrolló en 1904 un reloj para su amigo el pionero brasileño de la aviación, Alberto-Santos Dumont. Y este cuento tiene el honor de llamar a Alberto para representación histórica al ser uno de los primeros héroes “afeminados” (por llevar reloj de pulsera) de la historia mecánica e industrial, en realidad a todos los primeros aviadores que tuvieron el valor de ponerse en sus muñecas relojes de pulsera o femeninos. La necesidad hizo costumbre y en 1917 el Real Cuerpo Aéreo británico eligió a los relojes Omega como cronómetros oficiales para sus unidades de combate, y el ejército de Estados Unidos en 1918.

Sólo faltaba la popularización del reloj de muñeca entre la población civil y masculina. Ocurrió porque, imaginemos cuento, tanto deificar al mercado industrial, con el progreso tecnológico imparable (aún hoy), puso celosa a la "diosa guerra" y exigió al ser humano el mayor de los sacrificios hasta entonces, un enorme tributo de muerte y destrucción, la I Guerra Mundial. Donde el mercado industrial, en su versión militar, fue capaz de matar a millones de humanos en poco tiempo, una inmensa fábrica de muerte con millones de productos garantizados. La "diosa guerra" quedó saciada con tantos muertos en la pila del sacrificio bélico, y en su generosidad favoreció mejorar las tecnociencias, sobre todo la tecnología militar... Pero tuvo un capricho: que los hombres civiles llevaran relojes de pulsera a partir del fin de la Gran Guerra, años veinte del siglo pasado. Y los hombres en general, los jóvenes en particular (muchos mayores se resistían), comenzaron a lucir relojes de cuarzo en sus muñecas.

Quizás por ello, inmersos en la historia bélica, los relojes de pulsera masculinos fueron también algo que robar para los ladrones de cadáveres de la II Guerra Industrial o Mundial. Otro gran festín que se dio la "diosa guerra" a costa del "dios mercado" y sus adelantos tecnológicos en su faceta más financiera y regulando la evolución inestable de la Política. Finalizando este segundo “matadero humano” del siglo XX llegó la "diosa ciencia", por fin y mostrando ética, dispuesta a poner algo de orden y cordura entre tanto desmadre y locura. Esta diosa inventó la energía atómica y dijo a los "fieles" de la "diosa guerra" y a ella misma, algo así: “ahí tenéis, bombas atómicas, sólo podréis utilizar este invento industrial y tecnológico en una sola guerra mundial y para finalizarla, ya después no habrán más guerras mundiales, y si la hubiera, ni posiblemente Humanidad”. Era el fin o la paz, entonces nuestra ciencia política inventó y puso en vigor a los Derechos Humanos y hasta ahora parece que estamos decidiendo la paz mundial.

La "diosa guerra" pensó fríamente (la guerra fría) la propuesta de la "diosa ciencia" y estuvo a punto de decir que no, ella quería más guerras mundiales. Al final, con la promesa de numerosas guerras locales y muchos muertos, la "diosa guerra" aceptó y dejó de devorar con guerras mundiales. La "diosa ciencia" aparecía con mejores lógicas y productos, y el "dios mercado" comenzó a agasajarla mientras la "diosa guerra" disfrutaba y se distraía entre sangrientas guerras locales. Aparecieron dos mercados o bloques y en mitad de esta guerra fría entre ambos, 1956, se inventaron los relojes digitales. Estos dos bloques en los que se dividió al mundo compitieron en ciencia, tecnología, economía, espacio y en guerras locales. En esta locura tecnológica rivalizaron por llegar primero a la Luna, en femenino. La carrera espacial, también en femenino... Un momento, al inicio de la carrera espacial o en la llegada del humano a la Luna no hubo mujeres. Esto no puede ser, algún mito femenino debemos imaginar en esta aventura selenita. Algún ingenio debe haber para que la protagonista más particular de este cuento está a punto de aparecer y alunizar.

Miro mi reloj de pulsera, es hora de alucinar este cuento, digo alunizar, para centrarnos mejor en este objeto del mito femenino en la igualdad humana y ciudadana. Reloja Luna, el reloj de pulsera del astronauta. Alucinemos a gusto con Reloja Luna, también alunicemos, es el reloj de pulsera del astronauta. Porque: ¿qué objeto femenino llevaba Armstrong y Aldrin al pisar la Luna? ¡Llevaban relojes de pulsera “femeninos·”! Así que sí, allí sobre la Luna hubo símbolo de mujer, no sólo estaban sus hijos varones (hablando por la madre de Armstrong o de Aldrin), también estaba ella misma en la forma de una máquina capaz de ser la protagonista de un cuento histórico con pretensiones mitológicas. Una máquina que hacía tic tac, una máquina con ritmo. En concreto Armstrong y Aldrin llevaban relojes de pulsera de la marca Omega modelo Speedmaster, como el de la imagen:


Es la protagonista principal del cuento, la querida Reloja Luna, aquí cambiada de sexo por arte casual y presunta literatura. Cuando miro a Omega Speedmaster veo a Reloja Luna. Y veo más, pero habrá de dejarse para otro relato. El sueño del relojero, anticipo... La inteligencia artificial y sus robots, exquisito femenino con muchos masculinos. Bueno, el cuento se va. Iba a dedicar este relato a todas las mujeres pero una lucecita roja que pone “Igualdad” se ha encendido. Así que dediquemos el cuento a las mujeres y hombres que volaron y quieren volar a la Igualdad. Lucecita verde.

FIN

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