Quiero que Cataluña siga
en España, que continúe siendo una de las diecisiete columnas que
forman la estructura común de las sociedades españolas. Pero este
deseo mío obedece más al sentimiento individual que a la lógica
común. Porque muchas veces el “mal”, lo incorrecto o erróneo,
no proviene de las personas malas, sino de personas buenas que lo
están haciendo mal. Como si no bastase querer, sino además saber
querer. Para ilustrar el problema cuando el sentimiento dice una cosa
y la lógica afirma otra está el ejemplo de una madre cuando su
hijo, recién adquirida la mayoría de edad y debido a la crisis
económica, debe mudarse a las antípodas para trabajar. Aunque la
madre quiera mucho al hijo y desee verlo todos los días para
ayudarle mejor en sus primeros años de adulto, la lógica parecerá
mostrarle que el mayor bien para su hijo es que marche al lejano
extranjero si le espera un empleo digno, aunque allí se case y tenga
hijos que serán nietos a los que verá poco. También hay otro
ejemplo claro, cuando un padre compra unos dulces empaquetados que le
gustan especialmente a su hija porque están en oferta y... no mira
la fecha de caducidad, desconociendo que se ponen en oferta porque
están próximos a caducar, pero después fácilmente, por descuido o
carencia de trabajadores, los productos ofertados y ya caducados se
quedan sin retirar de las estanterías del supermercado, pudiendo
poner en grave riesgo la salud de su hija. Como si el bien que
desconoce o descuida pudiera traer el mal.
Así en estos días
delicados o críticos para Cataluña y España me falta lógica o no
creo tener la suficiente, temiendo que mi sentimiento yerre por
ignorancia a esta altura del camino recorrido. Necesito andar más
por el raciocinio público, aunque además acechen otras ignorancias
de terceros que también tratan o tratarán de engañarme. Intentarán
“venderme” algo malo como si fuera algo bueno. Debo apelar
a la lógica democrática y comenzar a hilar o discernir desde la
forma más sencilla y posible a mi alcance. La libertad democrática
se construye desde el único derecho que no puede quitarse a la
fuerza: la libertad de pensamiento. Todos comenzamos a
adquirir este derecho desde la niñez, por gentileza de la Naturaleza
y de sus avances en la evolución cerebral. La libertad de
pensamiento es tan universal que hasta los esclavos pueden pensar
libremente. Esto es bueno o es así por obra de la naturaleza, quizás
por ello muchas teorías afirman que el Humano es bueno por
naturaleza (aunque muchos se desvíen). Aún así y para que la
civilización democrática pueda manifestarse necesita la obra y
ejercicio de un segundo derecho, la libertad de expresión
(y de voto, o entendiendo el voto como el medio ideal de expresión
política). Ambos derechos son los padres de la Democracia. Saber
razonar individualmente y saber votar para saber razonar
colectivamente, Contando los votos que descubren la voluntad del
soberano (el censo ciudadano), resultando esto lo más legítimo que
existe para legislar, gobernar o juzgar. Estamos ante la voluntad
general la máxima titular del poder público. Sabemos cómo hacerlo
por métodos científicos, lógicos y éticos (para el bien del
interés general).
Merece la pena
reflexionar un momento aunque existan muchos más derechos
fundamentales, porque con estos dos simples derechos, como lectura,
podemos razonar profundamente. Deducir: “si existen
conjuntamente las libertades de pensamiento y de expresión, obvia y
potencialmente todas las ideologías imaginables y pacíficas pueden
exponerse y llegar a la mesa de la opinión pública, donde en
ocasiones deberá mediar o manifestarse la voluntad general”.
Por tanto es normal que en toda comunidad autonómica, más aún con
lengua originaria, puedan surgir ideales o partidos y políticas
independentistas. Se deduce que el independentismo no es una anomalía
(algunos irrespetuosos con la opinión contraria lo llaman “una
tontería”). Desear la independencia por el camino de la democracia
(paz) es una consecuencia, entre las muchas posibles, de la libertad
de pensamiento y de la libertad de expresión sobre un territorio
como la Península Ibérica y su larga historia plural, transversal y
civilizada. Más aún donde figuran precedentes históricos como en
Cataluña. Entonces, ¿es de locos una consulta democrática para
saber cuántos catalanes quieren la independencia y cuántos no?
¿Cómo puede “prohibirse” o impedirse esto a una ciudadanía
democrática por parte de representantes de otra ciudadanía
democrática? Teóricamente no logro completar el esquema lógico,
pero a nivel práctico la realidad lo muestra de manera sencilla en
Cataluña.
Y si es tan previsible,
por qué no está regulado claramente un curso democrático y
pacífico que muestre cómo llegar a la Independencia, o para
rechazarla, según decidan y voten los ciudadanos soberanos en
cuestión. ¿Por qué no existe bien trazado este camino legítimo en
España?, ¿por qué se dificulta tanto? ¿Dos tercios del
Parlamento?, ¿disolver las Cámaras?, ¿Elecciones Generales?, ¿otra
vez dos tercios del Congreso?, ¿Referéndum Nacional? Es importante
saber por qué se complica este camino como queriendo ser impedido de
forma legal o con artimañas legales por parte de los gobernantes de
turno. Porque si no existe posibilidad de trazar el procedimiento:
para qué el procedimiento. Querría significar, significó y sin
duda significa que este “camino no-camino” conduciría al
enfrentamiento y a las declaraciones unilaterales, con grave riesgo
de ilegalidad, violencia, terrorismo o guerras. Veamos, para que
Cataluña se independice legal y legítimamente debe conseguir que
dos tercios de los representantes del pueblo español votaran a su
favor, después deben disolverse las Cámaras y convocarse elecciones
generales donde los dos tercios de los nuevos representantes voten a
favor de la independencia de Cataluña. Y luego, ya sí o por fin (o
porque no quedaba más remedio que ponerlo) un referéndum nacional.
Es decir, por este camino ni aunque hubiera un 95% de
independentistas en Cataluña conseguirían “legalmente” la
independencia. La decisión siempre quedaría en los líderes de los
dos partidos más votados (si se da o vuelve el bipartidismo) o en
los líderes de los 3 ó 4 más votados. Por ejemplo, un partido con
el 26% de las Cortes Generales podría dar siempre cerrojazo, o dos
partidos unidos a tal fin con un 13% cada uno.
Sin embargo tenemos
libertad en el mundo de los pensamientos lógicos al servicio de la
Democracia. Donde me atrevo a esbozar unos primeros trazos generales,
no para dar lecciones, sino para motivar a otros a sumar inteligencia
común. Primero creo que debería existir un debate en Cataluña con
la televisión pública ofreciendo los medios. Donde ambas partes
expusieran lo bueno que tendría uno y otro sentido, y a la vista de
todos. Después los catalanes deberían votar si quieren ser
independientes o no. Y aquí introduciría un matiz importante, creo
que esta primera votación autonómica debería ser un referendo
consultivo, porque el asunto de la independencia por un lado, y la
división de un país por el otro, son aspectos muy serios en ambas
partes. Este referendo consultivo, si resultase mayoritario a la
independencia, establecería el “tablero” para que las piezas de
una parte y de otra se movieran más racionalmente ante la mirada de
todos en debates y tertulias públicas para el siguiente referendo
autonómico, que en esta ocasión se convocaría vinculante. Donde se
preguntaría (bajo mi criterio, es decir, muy mejorable) por ejemplo:
“¿Desea usted pedir al pueblo español, soberano de España,
separarnos de España para después establecer un proceso
constituyente de la República Catalana? Y de resultar
favorable los resultados al independentismo catalán: automáticamente
el pueblo español estaría convocado a manifestar su voluntad y
dirimir el asunto (o así lo entiendo yo, a expensas o espera del
comunicado de otro que lo entienda mejor).
Pero ¿y si el pueblo
español dice que no? Para mí quedaría el camino internacional,
elegir un tribunal internacional como mediador, o instituir un
tribunal con tal facultad, para que estudiara los alegatos de las
partes, velara por los intereses de los minoritarios (como los
catalanes no independientes o los posibles españoles no catalanes
pero a favor de la independencia), y emitieran la sentencia más
lógica. Después que los catalanes votasen si tomar a razón dicha
sentencia o seguir como estaban. Todo esto es mejorable, pero lo
razono para demostrar que se puede razonar con las puertas abiertas a
razones mejores. Sobre todo algo debe quedar claro: la necesidad de
un camino claro al independentismo donde la lógica democrática sea
sencilla y contundente. Porque si no existe un camino claro para
ejercer el derecho a la auto determinación, donde unas consultas y/o
referendos democráticos diriman la cuestión, los intentos de
independencia quedarían en tragedia (aunque después de la tragedia
alguien declare victoria y la celebre y se conmemore en los años
venideros). Sería como sembrar violencia para el futuro. Si la
democracia no es paz entre pueblos vecinos, mezclados y formando
soberanía: entonces no es democracia. Quedando por responder a por
qué no está trazado este camino. Porque en la respuesta encuentro a
la madre de muchos problemas que hoy vive España.
La Constitución de 1978,
aún siendo ambivalente, es el contenido en el continente de la
Democracia en España. La democracia en España es España, no su
constitución, que sólo es la forma; de hecho hay democracia en
otras naciones con constituciones muy diferentes a la nuestra. El
común entre todas supone el cumplimiento de los derechos humanos y/o
de los derechos fundamentales que debe cumplir toda nación que se
considere democrática. En todas la participación política
(o la política ciudadana) es un derecho igual para todos y en igual
cuantía, un ciudadano: un voto. Por ejemplo, la actual constitución
española establece en su artículo 6 que “los partidos
políticos concurren a la formación y manifestación de la voluntad
popular y son instrumento fundamental para la participación
política”. Concurrir significa juntarse en un mismo lugar o
tiempo, coincidir en algo, contribuir, convenir o formar parte en un
concurso. La formación y manifestación de la voluntad popular son
cuestiones fundamentales en la Constitución y un deber para los
partidos políticos. La participación política es promocionada y
alentada, y no dice que esa participación se deba limitar sólo a
elegir representantes, en democracia quiere decir mucho más. Al
menos, y aunque la Constitución de 1978 fuera pactada con poderes
antidemocráticos, quedó la base para un camino democrático que
estableciera como costumbre el voto de los co-soberanos en las
decisiones políticas del Estado. Otros artículos de esta
ambivalente constitución refuerzan este concepto de la libertad
política activa, como el siguiente:
Artículo 9.2: Corresponde a los poderes públicos
promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del
individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas;
remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y
facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida
política, económica, cultural y social.
La Constitución de 1978
fue necesaria para un periodo histórico de Transición. Es decir,
entendiéndose como añadida una caducidad del documento a medio o
largo plazo, donde esa Constitución fuese cambiada por otra más
acorde a la voluntad y deseos del censo ciudadano, nueva residencia
de la soberanía tras la dictadura. Es así por varios motivos
fáciles de entender. Primero el fascismo, llamado franquismo en
España, no fue vencido, sino que participó en el cambio de régimen
hacia una democracia liberal y monárquica bajo unas condiciones
negociadas y pactadas. Por ejemplo “impusieron” quién sería el
rey, porque hasta en la misma Casa Borbón había o podían haber
varios candidatos a la corona, sin embargo el elegido fue el que
nombró el dictador antes de fallecer. En definitiva el peso de los
poderes fascistas en la redacción de esa constitución fue notable.
Aún así resultó ideal para la democracia práctica, porque de la
noche a la mañana se pasó de padecer una dictadura a disfrutar de
los mismos derechos que los ciudadanos de la entonces Europa
Occidental. Por ello ambivalente, porque tiene dos valores distintos
que pueden entenderse o interpretarse de dos maneras distintas y
opuestas. Para mi visión que busca entre esta bicéfala verdad
histórica: la Constitución de 1978 fue, por un lado o un importante
lado, un pacto con los poderes franquistas (antidemocráticos) que
impusieron o negociaron artículos de la Constitución, entre ellos,
la indivisibilidad del Estado. Donde la independencia de Cataluña se
convirtió en un camino sin salida democrática y pacífica, un
camino hacia la violencia o la guerra. Una grave contradicción
todavía sin solución.
Sin duda la Constitución
de 1978 merece juicio desde una lógica común actualizada. Porque el
problema mayor que padecemos en España no es la posible
independencia de Cataluña, sino una democracia insuficiente.
Producto de una Constitución, en su momento salvadora y ahora
condenatoria, ya “caducada”. Para la historia oficial España
recuperó o entró en democracia en 1978, pero la realidad dijo mucho
más. Y sencillamente los poderes anti democráticos negociaron el
tipo de democracia que mejor convenía para continuar con sus
intereses, no sólo ser “amnistiados” o sin cuerpo sancionador, y
la prescripción de los delitos que cometieron durante cuarenta años,
además continuar con riquezas o fortunas en lo económico; y en lo
político, por ejemplo, colocar al sucesor que eligió el dictador.
Podría deducirse también “asegurarse” que España nunca fuera
un país comunista y soviético (todavía existía “amenazante”
el imperio soviético). En definitiva se redactó la Constitución
que más favorecía a los poderes franquistas en su transición a una
democracia liberal de baja calidad y con amplia participación o
influencia en la derecha política resultante en democracia. De ahí
la enorme diferencia entre el liberalismo español y el del resto de
Europa, donde en Alemania e Italia se ha apartado claramente de los
nazismos o fascismos pasados, abrazando plenamente a la democracia.
En España no.
En su momento esta
Constitución fue suficiente, pero cuando los demócratas españoles
pudieron actualizarse con los demócratas europeos y del resto del
mundo, sobre todo en un reencuentro mundial después de la Guerra
Fría o caída el Telón de Acero, justo en esa época, debió
redactarse otra Carta Magna para España, con un proceso
constituyente donde los artículos fundamentales hubiesen sido
votados en referendos. Pero esto no ocurrió hace treinta años, ni
hace veinte, ni hace diez, ni ahora. Así aparece y se establece lo
que ya se conoce como democracia representativa radical o
extrema. Aunque los que la defienden, hoy mayoría
parlamentaria, gustan llamarla como “democracia parlamentaria”.
Pero esto sería deformar el significado de Parlamento como asamblea
de los representantes legítimos (votados) de los ciudadanos. Algunos
dicen abiertamente, y sin sentir vergüenza, que en el Parlamento
reside la soberanía, o que es soberano, siendo mentira. La soberanía
del reino de España reside en el pueblo español, éste es el
soberano. Quiere decir que las decisiones de Estado, tanto
Ejecutivas, como Legislativas o Judiciales con
rango soberano
corresponde tomarla al pueblo español votando, no hay nada más
legítimo que esto. No se trata de democracia directa para todas las
decisiones, ni siquiera para una mayoría, sólo para las de rango
soberano. Todas las demás pueden ser tomadas por las instituciones
de los Poderes del Estado destinadas constitucionalmente para este
fin. Los parlamentarios, congresistas, senadores o diputados son
importantes en el sistema democrático y tienen mucho trabajo en una
democracia equilibrada o de buena calidad. Una sabia mezcla entre
democracia representativa y democracia directa.
Debe quedar claro que
reformar un artículo de nuestra Constitución es algo de rango
soberano. Pero aún siendo algo tan obvio, lógico y sencillo de
entender, llega la democracia parlamentaria radical, con el líder
del partido más votado (gobernando) y el líder del segundo partido
más votado y líder de la Oposición: ¡y deciden reformar un
artículo de la Constitución!. Después lo ordenan a sus respectivos
senadores o diputados, se suman los votos de esta mayoría necesaria
y ¡ya está!, artículo cambiado sin que a la ciudadanía española
siquiera se la escuche u opine, mucho menos que vote. La mayoría ni
se enteró de la última reforma de la Constitución sino llega a ser
informada por las protestas que se originaron, fue llamada la Reforma
Exprés, llevada a cabo por los señores Rajoy y Zapatero en el año
2011. Aquí enlace al respecto en Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Reforma_constitucional_espa%C3%B1ola_de_2011
El
tres de octubre el New York Times llamó matón intransigente
al señor Rajoy, presidente de España y líder del PP, el partido
más corrupto que ha gobernado España desde 1978, sólo superable
por el franquismo anterior. Por otro lado el ex presidente Zapatero
aparece declarando en la Sexta (una de las pocas televisiones donde
se ha podido seguir de manera imparcial, o intentándolo, lo ocurrido
y ocurrente en Cataluña) que no le gustan los referendos, que son
como elegir entre el blanco y el negro. ¡Un demócrata al que no le
gustan los referendos! Podría haber dicho que tal o cual referendo
no es oportuno en un momento dado, pero ¿de todos en general?, ¿cómo
puede decir esto un demócrata? Supone una contradicción, porque la
Constitución actual, fundamento legal de España, nació en un
referendo. Si no le gustan los referendos: ¿no le gusta la actual
Constitución?, ¿y si se cambia por otra no debe ser con referendo?
Pues vaya contradicción más grave. No se puede confundir al pueblo
español con una muchedumbre, masa o gentío. No se puede apelar a la
democracia representativa radical para evitar o asustar de la
terrible venida de una oclocracia (gobierno de la
muchedumbre). Sin embargo Rousseau afirmaba que la democracia
degenera en oclocracia cuando la voluntad general cede a las
voluntades particulares. Y la voluntad general española está
cediendo, por impuesto silencio de voto, a los intereses particulares
de Zapatero en su momento y ahora de los intereses Rajoy. Un sólo
hombre reemplazando al pueblo español, o mil hombres reemplazando al
pueblo español, o un millón de hombres reemplazando al pueblo
español, nada de esto suena a democrático. Aunque los
representantes radicales quieran “hipnotizar” al pueblo español
es fácil mostrar que el pueblo español no es subnormal.
En
realidad los representantes radicales intentan justificarse, son
capaces de decir entre líneas a la ciudadanía que pasa de sus
votos, que los ciudadanos no están capacitados para decidir nada,
sólo para elegir entre los altos y guapos políticos de las
élites que optan a legislar o gobernar. Utilizando una de las
herramientas de la democracia, la representación legítima, para
dominar y someter a la democracia (el poder del pueblo), impidiendo
que el pueblo acceda a la voluntad general del soberano para que
decida en las grandes cuestiones públicas, sobre todo en aquellas
donde existan fuertes posiciones enconadas. El abuso de la
representación legítima es un acto desproporcionado donde se
deforma a la sociedad democrática hacia una ciudadanía general
inculta (en política) o apática, donde el pueblo no necesita saber,
sólo elegir a personas que sepan. Desproporcionado porque un pueblo
bueno al que sólo se presentan políticos malos como candidatos a
representantes legítimos, resultará un pueblo malo, capaz de ser
lanzado a enfrentarse con otro pueblo y a ser considerado traidores
los ciudadanos que por lógica no quieren luchar. Sin embargo, una
ciudadanía acostumbrada a decidir directa y periódicamente estaría
espabilada ante las súplicas de votos, y mejor preparada ante
poderosos intentos de manipulación; sería una sociedad donde la
información y el conocimiento político correrían a raudales,
resultando un pueblo más inteligente y preparado que otro gobernado
por representantes radicales.
Esto
es así porque la evolución lógica de la democracia conduce a que
el conjunto del censo sea cada vez más inteligente en todos los
campos, sobre todo en la política, y se conozca más a sí mismo, la
verdadera inteligencia colectiva de los pueblos. Es el empuje natural
de la democracia en mentes libres cada vez con cerebros más
evolucionados, otra cosa es que se consiga o cuándo se conseguirá,
cada pueblo es un mundo. La lógica puede simplificarse y ofrecer una
fórmula sencilla: “Si no necesitas el voto del pueblo en un
referendo: puedes tratar mal al pueblo, si necesitas que el pueblo
vote a tu favor en un referendo: no puedes tratar mal al pueblo y
explica bien tu postura para que todos la entiendan (lo de prometer y
luego incumplir no entra)”. Y el ejemplo real lo tenemos en el
gobierno catalán y en el gobierno español. El Parlamento o los
representantes legítimos de los ciudadanos catalanes están mimando
a su pueblo porque necesitan un voto favorable en referendos de
independencia o sus intentos, Sin embargo, como el gobierno español
no necesita referendos puede apalear a los catalanes aún sabiendo
que el número de independentistas crecería, crece y crecerá.
Obviamente el actual gobierno español no me representa.
No sólo vivimos una
democracia deficiente que permite a una constitución transitoria
establecerse como fija, impidiendo que la constitución sea el
resultado real de los deseos políticos de la ciudadanía, además el
partido político que nos gobierna tiene una caja B y sus tesoreros
imputados o en la cárcel. Así los que se saltan la ley que no les
conviene quieren crear e imponer la ley que les conviene. Esta es la
democracia que tenemos, la de más baja calidad, casi rayando con lo
anti democrático en muchas decisiones de Estado. Supone la
democracia representativa radical o el parlamentarismo llevado a sus
extremos, justo lo que no necesitamos para formar parte entre las
primeras sociedades democráticas de este siglo. Por ello en España
puede verse el problema catalán como un choque de buques, el
Parlamento Español (representantes de los ciudadanos soberanos)
contra el Parlamento Catalán (formado por los representantes de los
ciudadanos autonómicos). Se están “embistiendo” uno a otro.
Pero uno es radical y el otro tiene apoyo popular, muy posiblemente
porque el pueblo fue llamado a votar al respecto y recibió porrazos
por ello. En definitiva el “romanticismo”, por decirlo de alguna
manera, ahora está del lado independentista catalán. En
contrapartida, los representantes radicales quieren aplicar el 155
hacerse con el control público de Cataluña y para convocar
elecciones autonómicas..
Como español me eché
las manos a la cabeza cuando vi que continuaba este gobierno indigno
y acusado de corrupción. Perdimos la decencia pública, perdimos
partes importantes de los recursos sociales, laborales, sanitarios y
educacionales, y ahora además añado “hemos perdido a
Cataluña”. Un gobierno impresentable utilizando la fuerza y
las leyes dictadas para detener las protestas legítimas y amordazar
a la opinión pública en algunos temas fundamentales, incluso
arrancando urnas de las mesas democráticas de los ciudadanos
autonómicos. Como España me miro a mí misma y me pregunto cómo en
democracia hemos permitido que nos gobiernen los impresentables. Soy
un demócrata, no me presento como ejemplo moral de la decencia o la
honradez, no me hace falta, tengo un voto igual que el ciudadano más
decente u honrado. Sólo necesito a la lógica para identificar las
mejores razones para lo público. No hay mayor legitimidad y ley que
la mitad más uno de los votos ciudadanos y co-soberanos, ninguna dos
terceras partes de cualquier cámara de representantes está a esta
altura máxima.
Para los radicales del
parlamentarismo suena a locura y miedo, como una especie de
metademocracia, para un demócrata como yo debería ser el día
a día. Esta política es la base y está antes que todas las demás,
incluidas las llamadas de derechas o de izquierdas. Ser demócrata
participativo para mí es como tener una ideología imprevisible,
porque creo, busco y acato las decisiones de la mayoría, con
libertad de conciencia para trabajar o hacer campaña para que una
minoría se convierta en mayoría, a esto quiero obedecer en mi
trabajo común con el resto de españoles. Ir conociendo cada vez
mejor a la personalidad colectiva que formamos, ahora subconsciente o
todavía en su larga infancia lactante, para que vaya creciendo
aunque sea aprendiendo de errores. Hay que destetar a la ciudadanía
española para que conozca mejor su entorno y su mentalidad común
crezca y se expanda. Nuestras enemigas son las ideas que se imponen
por la fuerza bruta, la antidemocracia, tanto las que se llaman de
izquierdas como las que se llaman de derechas. Porque por la derecha
o por la izquierda se puede acceder a la antidemocracia, por la
democracia no. Por ello hay que ser demócrata por encima de todo,
aunque ello suponga dejar de mamar de la teta de la izquierda o de la
teta de la derecha y simplemente votar en conciencia.
España también tiene
derecho de autodeterminación, una y todas las veces que haga falta.
Y creo que es urgente autodefinirnos y autodeterminarnos como lo que
somos hoy, sin mentiras ni engaños de los representantes, corruptos
o no, sino directamente con nuestros votos. Necesitamos actualizarnos
democráticamente, no sólo con el voto de todos, sino además en
todos los temas fundamentales para nuestro interés general de
Estado. Desde el quince de mayo del dos mil once muchos estamos
demandando esto ante el precipicio histórico al que nos ha conducido
la llamada crisis o deuda. Un trabajador en crisis o que no puede
pagar una deuda es embargada su nómina por un juez, pero le deja lo
suficiente para vivir dignamente, esto es justicia. Sin embargo con
España no se ha hecho y con la reforma exprés de los representantes
radicales en 2011 se permitió dejar a España sin dinero suficiente
para vivir dignamente. Aquella reforma no sólo fue desleal con la
soberana, la ciudadanía, además fue precipitada y, aunque
presuntamente adoptada por el motivo de tranquilizar a los
inversores, el resultado económico fue desastroso y España tiene
ahora el gasto público social por habitante más bajo en toda la
Unión Europea. Y si alguna vez se hizo un cálculo por parte de la
Unión Europea o del sistema financiero internacional para permitir
lo mínimo para la supervivencia, olvidaron que en España gobierna
un partido con mucha corrupción y muchos millones de euros se
pierden y no llegan a los servicios públicos.
Ante este panorama quién
no quiere independizarse. Así la aplicación de una mínima
inteligencia democrática por parte de los independentistas catalanes
les ha dado mucho beneficio y su número o manifestaciones ha crecido
considerablemente en los espacios públicos, además con un halo
romántico. Así estamos “a dos velas” ante el día de mañana,
10 de octubre, donde se supone que la Generalitat declarará la
independencia de manera unilateral, provocando que el Estado trate de
impedirlo por la fuerza (legal o no es fuerza) con el riesgo de
violencia que conlleva. Ay, si en vez de Rajoy hubiera estado un buen
demócrata... “Otro gallo hubiera cantado” y el ideal
independentista no hubiera crecido tanto. Pero los votantes españoles
(esos que votamos sólo una vez cada cuatro años y sólo para elegir
representantes empaquetados en listas cerradas) se lo hemos “puesto
a huevo”, y con una España saqueada también por corruptos que nos
gobiernan o han gobernado con tendencia a cerrojazos y mordazas
políticas: lo han tenido fácil. Se quiere ver a un Estado opresor
en Cataluña, ¡pero es en toda España! Al menos “opresor”
respecto a las cuentas públicas y para impedir referendos que
manifiesten las voluntades y los deseos, unas vinculantes y otros no,
de la soberana española, su ciudadanía censada.
Me temo que si Cataluña
se independiza, o no, el Estado no va a requerir mi voto para
solucionar la cuestión. Pero no puede impedir mi libertad de
pensamiento, ni mi derecho de expresión. ¿En qué hemos convertido
a España? Hemos perdido la dignidad económica (reforma exprés y
muchas más leyes) y con ella hemos perdido la dignidad social, hemos
perdido la dignidad política (caja B del PP y mucho más),
posiblemente perderemos a Cataluña a medio o largo plazo, pero no
debemos rendirnos. Los demócratas españoles merecemos una
Constitución a nuestra medida que, entre otras cuestiones
fundamentales, solucione las disputas territoriales internas
derivándolas al deseo soberano, el voto directo. Los representantes
se comen nuestra ciudadanía, devoran desde hace décadas, algunos se
salvan y parece que puede ser tendencia, ojalá el 15M resulte un
punto de inflexión. En definitiva se comen nuestra ciudadanía
porque nosotros le dejamos, bien por engaño o por apatía política,
pero le dejamos. Tratan de engañarnos desde todas partes del
espectro ideológico político, pero los demócratas participativos
nos debemos a los resultados de los referendos y consultas directas.
Nos debemos a las voluntades de las mayorías en los distintos temas
fundamentales aunque nuestro voto sea de los minoritarios en alguna
de las votaciones. Y nos debemos a que esos votos sean después de
debates formadores y datos verdaderos.
Nos debemos a nosotros
mismos el conocernos como entidad colectiva con personalidad propia e
irrepetible. Nuestros representantes deberían facilitarlo, pero en
el resultado práctico lo impiden. Si Cataluña se independiza ojalá
mejoren esta democracia que en los ochenta se disfrutó y que hoy en
día se padece porque nos limita como españoles y deja al potencial
democrático de España en su mínima expresión. Somos mínimos,
pero en ello se guarda nuestra grandeza común, en un lugar llamado
voto inteligente (no para elegir a alguien inteligente como
representante, sino para que sume en la inteligencia colectiva de
nuestra patria). Sin embargo no podemos votar al respecto, no nos
dejan, pero si Cataluña se independiza quiero expresar lo que
pienso. Desearles un buen viaje, sobre todo que su proceso
constituyente sea modélico. Que se voten en referendos los artículos
fundamentales de su futura Constitución de la República. Y si no se
independizan deseo que los demócratas catalanes se unan al resto de
españoles en la labor de constituir una buena España, sencillamente
traducir a una nueva constitución lo que somos como abrumadora
mayoría, gentes de bien. Deseo que ojalá con referendos expulsemos
a los malos representantes y redactemos la medidas exactas del traje
que merece llevar la ciudadanía española. Ojalá con tela catalana
en sus partes nobles.
Gracias
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